Polio (poliomielitis, parálisis infantil): Definición
La polio (poliomielitis, polio) es una enfermedad viral febril aguda, cuyo patógeno afecta preferentemente las regiones de la médula espinal que controlan los movimientos. Esto puede producir, en algunos casos desfavorables, parálisis y muerte.
Incidencia
Gracias a la vacunación disponible la polio muestra una baja incidencia: en España y otros países con alta tasa de vacunación la poliomielitis existe solo en casos aislados. En España los últimos casos de poliomielitis aparecieron en el año 1988 en niños de etnia gitana no vacunados.
La lucha contra la polio mediante vacunación se lleva a cabo en todo el mundo. Hay sólo cuatro países donde incluso actualmente hay gran incidencia de polio: Nigeria, Pakistán, India y Afganistán. Sin embargo sobre todo debido a los poliovirus importados, procedentes de estas zonas, a países ya libres de poliomielitis, puede siempre haber recurrencia. Como por ejemplo ocurrió en Europa en 2010, cuando hubo nuevos casos de virus importado de la India, y la poliomielitis estalló en Tayikistán. El virus llegó después desde Tayikistán, a través de la Federación de Rusia, a Kazajistán y Turkmenistán. Sin embargo, las medidas globales preventivas contra la polio han logrado un éxito total: la incidencia de la polio ha caído ahora en todo el mundo a menos de 1.000 casos por año.
Antes de la introducción de la vacuna contra la polio (1962) había en los países desarrollados epidemias devastadoras. En aquel tiempo la enfermedad solían producir parálisis respiratoria, daños residuales y muerte. En 1952, llegó a Estados Unidos una epidemia de poliomielitis de proporciones casi catastróficas, alrededor de 58.000 personas quedaron infectadas, y 3.145 de ellos murieron como consecuencia de la enfermedad, mientras que 21.259 (cerca del 37%) sufrió parálisis permanente. En España, las epidemias más severas ocurrieron entre 1950 y 1963. Entre los años 1930 y 1950 se produjeron 400 casos anuales como media. Después, esta cifra fue aumentando progresivamente hasta 1963, alcanzando los 1.500 casos anuales de media.
Hepatitis B
Datos y cifras
- La hepatitis B es una infección vírica del hígado que puede dar lugar tanto a un cuadro agudo como a una enfermedad crónica.
- El virus se transmite por contacto con la sangre u otros líquidos corporales de una persona infectada.
- Se estima que hay 257 millones de personas con infección crónica por el virus de la hepatitis B (definidas como positivas al antígeno superficial del virus de la hepatitis B).
- En 2015, la hepatitis B ocasionó 887 000 muertes, la gran mayoría debido a sus complicaciones (incluida la cirrosis y el carcinoma hepatocelular).
- La hepatitis B representa un importante riesgo laboral para los profesionales sanitarios.
- La hepatitis B es prevenible con la vacuna actualmente disponible, que es segura y eficaz.
La hepatitis B es una infección hepática potencialmente mortal causada por el virus de la hepatitis B (VHB). Constituye un importante problema de salud a nivel mundial. Puede causar hepatopatía crónica y conlleva un alto riesgo de muerte por cirrosis y cáncer hepático.
Desde 1982 se dispone de una vacuna contra la hepatitis B con una eficacia del 95% en la prevención de la infección y la aparición de una enfermedad crónica y cáncer de hígado debido a la hepatitis B.
Distribución geográfica
La máxima prevalencia de la hepatitis B se registra en las regiones de la OMS del Pacífico Occidental y de África, en las que el 6,2% y el 6,1% de la población adulta, respectivamente, está infectada.
En las regiones de la OMS del Mediterráneo Oriental, de Asia Sudoriental y de Europa se calcula que, un 3,3%, un 2,0% y un 1,6% de la población, respectivamente, padece infección. En la región de la OMS de las Américas, el porcentaje de personas con hepatitis B es del 0,7.
En las regiones de la OMS del Mediterráneo Oriental, de Asia Sudoriental y de Europa se calcula que, un 3,3%, un 2,0% y un 1,6% de la población, respectivamente, padece infección. En la región de la OMS de las Américas, el porcentaje de personas con hepatitis B es del 0,7.
Transmisión
El virus de la hepatitis B puede sobrevivir fuera del organismo por lo menos siete días. En ese periodo todavía puede causar infección si penetra en el organismo de una persona no protegida por la vacuna. El periodo medio de incubación de la hepatitis B es de 75 días, pero puede oscilar entre 30 y 180 días. El virus, que puede detectarse entre 30 y 60 días después de la infección, puede persistir y dar lugar a una hepatitis B crónica.
En zonas con alta endemicidad, el virus de la hepatitis B se transmite normalmente de la madre al niño durante el parto (transmisión perinatal) o por transmisión horizontal (exposición a sangre infectada), en particular de un niño infectado a un niño sano durante los primeros cinco años de vida. La aparición de infección crónica es muy común en los lactantes infectados a través de su madre o antes de los 5 años de edad.
La hepatitis B también se transmite por exposición percutánea o de las mucosas a sangre o diferentes líquidos corporales infectados, así como a través de la saliva y los líquidos menstruales, vaginales y seminales. La hepatitis B puede transmitirse igualmente por vía sexual, especialmente en el caso de hombres sin vacunar que mantienen relaciones sexuales con hombres y de personas heterosexuales con múltiples parejas sexuales o que tienen contacto con profesionales del sexo.
La infección en la edad adulta desemboca en hepatitis crónica en menos del 5% de los casos. El virus también puede transmitirse con la reutilización de agujas y jeringas bien en entornos sanitarios o entre consumidores de drogas inyectables. Además, puede producirse la infección durante procedimientos médicos, quirúrgicos y dentales, la aplicación de tatuajes o mediante el uso de cuchillas de afeitar y objetos similares contaminados con sangre infectada.
Síntomas
La mayor parte de los afectados no experimentan síntomas durante la fase de infección aguda, aunque algunas personas presentan un cuadro agudo con síntomas que duran varias semanas e incluyen coloración amarillenta de la piel y los ojos (ictericia), orina oscura, fatiga extrema, náusea, vómitos y dolor abdominal. Un pequeño grupo de personas con hepatitis aguda puede sufrir insuficiencia hepática aguda, que puede provocar la muerte.
En algunos casos la hepatitis B puede causar también una infección hepática crónica, que posteriormente puede dar lugar a cirrosis hepática o cáncer de hígado.
¿Quiénes corren riesgo de sufrir la enfermedad de forma crónica?
La probabilidad de que la infección se cronifique depende de la edad a la que se produzca. Los niños infectados con el virus de la hepatitis B antes de cumplir los seis años son los más expuestos al riesgo de sufrir infecciones crónicas:
En los lactantes y niños:
- entre un 80% y un 90% de los lactantes infectados en el primer año de vida sufrirán una infección crónica; y
- entre un 30% y un 50% de los niños infectados antes de cumplir los seis años sufrirán una infección crónica.
En los adultos:
- menos de un 5% de las personas sanas que se infecten en la edad adulta sufrirán una infección crónica; y
- entre un 20% y un 30% de los adultos que padecen una infección crónica sufrirán cirrosis y/o cáncer hepático.
Coinfección por el VHB y el VIH
Aproximadamente el 1% de las personas infectadas por el VHB (2,7 millones) también lo están por el VIH. Por otra parte, la prevalencia mundial de la infección por el VHB en personas infectadas por el VIH es del 7,4%. Desde 2015, la OMS recomienda el tratamiento de todas las personas diagnosticadas de infección por el VIH, independientemente del estadio de la enfermedad. El tenofovir, que forma parte de las combinaciones de primera línea recomendadas para el tratamiento de la infección por el VIH, también es activo frente al VHB.
Diagnóstico
Las manifestaciones clínicas no permiten diferenciar la hepatitis B de la hepatitis causada por otros agentes virales y, consiguientemente, es esencial la confirmación del diagnóstico en laboratorio. Se dispone de algunas pruebas de sangre para diagnosticar la hepatitis B y hacer el seguimiento de los pacientes. Mediante esas pruebas se pueden distinguir las infecciones agudas y las crónicas.
El diagnóstico de laboratorio de la hepatitis B se centra en la detección del antígeno superficial del virus de la hepatitis B (HBsAg). La OMS recomienda que se analicen todas las donaciones de sangre para detectar la infección, garantizar la seguridad de la sangre y evitar la transmisión accidental del virus a los receptores.
El diagnóstico de laboratorio de la hepatitis B se centra en la detección del antígeno superficial del virus de la hepatitis B (HBsAg). La OMS recomienda que se analicen todas las donaciones de sangre para detectar la infección, garantizar la seguridad de la sangre y evitar la transmisión accidental del virus a los receptores.
- La infección aguda por el virus de la hepatitis B se caracteriza por la presencia del HBsAg y de la inmunoglobulina M (IgM) en el antígeno del núcleo (HBcAg). En la fase inicial de la infección los pacientes también son seropositivos para el antígeno e de la hepatitis B (HBeAg). Este antígeno es normalmente un marcador de que el virus se replica de forma intensa y su presencia indica que la sangre y los líquidos corporales de la persona infectada son muy infecciosos.
- La infección crónica se caracteriza por la persistencia (más de seis meses) del HBsAg (con o sin concurrencia de HBeAg). La persistencia del HBsAg es el principal marcador del riesgo de sufrir una hepatopatía crónica y cáncer de hígado (carcinoma hepatocelular) posteriormente.
Tratamiento
No hay un tratamiento específico contra la hepatitis B aguda. Por tanto, la atención se centra en mantener el bienestar y un equilibrio nutricional adecuado, especialmente la reposición de los líquidos perdidos por los vómitos y la diarrea.
La infección crónica por el virus de la hepatitis B puede tratarse con medicamentos, en particular agentes antivirales orales. El tratamiento puede ralentizar el avance de la cirrosis, reducir la incidencia de cáncer de hígado y mejorar la supervivencia a largo plazo.
La infección crónica por el virus de la hepatitis B puede tratarse con medicamentos, en particular agentes antivirales orales. El tratamiento puede ralentizar el avance de la cirrosis, reducir la incidencia de cáncer de hígado y mejorar la supervivencia a largo plazo.
La OMS recomienda la administración de tratamientos orales (tenofovir o entecavir) porque son los fármacos más potentes para suprimir el virus de la hepatitis B. Rara vez desembocan en farmacorresistencia en comparación con otros fármacos, son fáciles de tomar (1 pastilla al día) y tienen pocos efectos secundarios, por lo que solo exigen un seguimiento limitado.
El entecavir ya no está protegido por patente, pero su disponibilidad y costos son muy variables. A su vez, el tenofovir está protegido por patente hasta 2018 en la mayoría de los países de ingresos altos y medios-altos, en los que el costo de un año de tratamiento oscilaba en febrero de 2017 entre US$ 400 y US$ 1500. Aunque algunos países de ingresos medios-altos, como China o la Federación de Rusia, todavía tienen obstáculos relacionados con la patente para acceder al tenofovir, el tenofovir genérico es asequible en la mayoría de los países en los que hay acceso a él. El Mecanismo Mundial de Información sobre Precios indica que el costo de un año de tratamiento oscilaba en febrero de 2017 entre US$ 48 y US$ 50.
Ahora bien, en la mayoría de las personas el tratamiento no cura la infección por el virus de la hepatitis B, tan solo suprime la replicación del virus. Por tanto, cuando se inicia el tratamiento contra la hepatitis B, se debe continuar durante toda la vida.
En muchos entornos de escasos recursos el acceso al diagnóstico y tratamiento contra la hepatitis B sigue siendo limitado. En 2015, solo el 9% (22 millones) de los 257 millones de personas con infección por el VHB estaban diagnosticadas. Entre los casos diagnosticados, la cobertura mundial del tratamiento era de tan solo un 8% (1,7 millones). Muchas personas solo son diagnosticadas cuando ya tienen hepatopatía avanzada.
Entre las complicaciones a largo plazo de las infecciones por el VHB, la cirrosis y el carcinoma hepatocelular son causa de una gran carga de morbilidad. El cáncer de hígado avanza rápidamente y, puesto que las opciones de tratamiento son reducidas, el desenlace es por lo general descorazonador. En los entornos de ingresos bajos, la mayoría de las personas con cáncer de hígado muere a los pocos meses del diagnóstico. En los países de ingresos altos, la cirugía y la quimioterapia pueden prolongar la vida unos cuantos años, y el trasplante de hígado se utiliza en pacientes con cirrosis, con resultados variables.
Prevención
La vacuna contra la hepatitis B es el principal pilar de la prevención de esa enfermedad. La OMS recomienda que se administre a todos los lactantes lo antes posible tras el nacimiento, preferentemente en las primeras 24 horas. La baja incidencia actual de infección crónica por el VHB en menores de 5 años es atribuible al uso generalizado de la vacuna contra la hepatitis B.
La prevalencia mundial estimada de la infección por el VHB en este grupo de edad era en 2015 de aproximadamente un 1,3%, en comparación con alrededor de un 4,7% en la era anterior a la vacunación. La dosis inicial deberá ir seguida de dos o tres dosis para completar la serie primaria. En la mayoría de los casos se considera apropiada cualquiera de las dos opciones siguientes:
- tres dosis de la vacuna; la primera (monovalente) al nacer, y las dos subsiguientes (monovalentes o combinadas) al mismo tiempo que las dosis primera y tercera de la vacuna contra la difteria, la tos ferina y el tétanos (DTP); o
- cuatro dosis de la vacuna; la primera (monovalente) al nacer, y las tres subsiguientes (monovalentes o combinadas) al mismo tiempo que otras vacunas infantiles sistemáticas.
La serie completa de vacunas genera anticuerpos que alcanzan niveles de protección superiores al 95% en lactantes, niños y adultos jóvenes. La protección dura por lo menos 20 años, y probablemente toda la vida. Por lo tanto, la OMS no recomienda dosis de refuerzo en las personas que hayan recibido la serie completa de la vacuna en tres dosis.
En los países de endemicidad baja o intermedia se debe vacunar a todos los niños y adolescentes menores de 18 años que no estén vacunados. En esos entornos es posible que más personas de los grupos de alto riesgo adquieran la infección, por lo que también deberían ser vacunadas. Esto incluye a:
- personas que necesitan transfusiones frecuentes de sangre o productos sanguíneos, pacientes sometidos a diálisis y receptores de trasplantes de órganos sólidos;
- reclusos;
- consumidores de drogas inyectables;
- parejas sexuales o personas que conviven con pacientes con infección crónica por el virus de la hepatitis B;
- personas con múltiples parejas sexuales;
- personal sanitario y otras personas que por su trabajo podrían estar expuestas al contacto con sangre y productos sanguíneos; y
- personas que no hayan recibido la serie completa de vacunas contra la hepatitis B y prevean viajar a zonas en las que la enfermedad sea endémica.
La vacuna tiene un excelente historial de seguridad y eficacia. Desde 1982 se han administrado más de mil millones de dosis en todo el mundo. En muchos países en los que entre un 8% y un 15% de los niños solían infectarse de forma crónica con el virus de la hepatitis B, la vacunación ha reducido esa tasa a menos del 1% entre los niños vacunados.
En 2015, la cobertura mundial con tres dosis de vacuna llegó al 84%, y la cobertura mundial con la dosis al nacer fue del 39%. Las Américas y el Pacífico Occidental son las únicas regiones de la OMS con una amplia cobertura.
Por otra parte, la aplicación de estrategias sobre seguridad de los productos sanguíneos, en particular las pruebas de detección de calidad asegurada para toda la sangre y los componentes sanguíneos donados destinados a transfusión, pueden prevenir la transmisión del virus de la hepatitis B. En 2013, el 97% de las donaciones mundiales de sangre fueron sometidas a cribado y tuvieron garantía de la calidad, pero sigue habiendo deficiencias.
Las prácticas para la seguridad de las inyecciones, al eliminar inyecciones innecesarias e inseguras, pueden ser eficaces para proteger contra la transmisión del virus de la hepatitis B. Las inyecciones realizadas en condiciones no seguras han disminuido del 39% en 2000 al 5% en 2010. Asimismo, adoptar prácticas sexuales más seguras, por ejemplo reducir al mínimo el número de parejas sexuales y utilizar medidas de protección (preservativos), protege contra la transmisión.
Respuesta de la OMS
En marzo de 2015 la OMS publicó sus primeras directrices para la prevención, la atención y el tratamiento de las personas con infección crónica por el virus de la hepatitis B, en las que se recomienda lo siguiente:
- promover la utilización de pruebas de diagnóstico sencillas y no invasivas para evaluar el estadio de la hepatopatía y, de esta forma, determinar quién necesita tratamiento;
- dar prioridad al tratamiento de las personas en el estadio más avanzado de hepatopatía y con mayor riesgo de morir; y
- recomendar preferiblemente el uso de análogos de nucleós(t)idos con una elevada barrera a la farmacorresistencia (tenofovir y entecavir, y entecavir en niños de 2 a 11 años de edad) como tratamiento de primera y segunda línea.
En las directrices se recomienda también el tratamiento de por vida de las personas con cirrosis, la vigilancia periódica de la evolución de la enfermedad y la toxicidad de los fármacos, y la detección temprana del cáncer hepático.
En mayo de 2016, la Asamblea Mundial de la Salud adoptó la primera Estrategia mundial del sector de la salud contra la hepatitis vírica, 2016-2021, que destaca la función crucial de la cobertura sanitaria universal y cuyas metas están alineadas con las de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El objetivo final es eliminar las hepatitis víricas como problema de salud pública, y las metas consisten en reducir los casos incidentes en un 90% y la mortalidad en un 65% de aquí a 2030. La estrategia también define las medidas que han de adoptar los países y la Secretaría de la OMS para alcanzar dichas metas.
Con el fin de ayudar a los países a lograr los objetivos mundiales relativos a las hepatitis víricas en el marco de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, la OMS está trabajando en las siguientes esferas:
- sensibilización, promoción de alianzas y movilización de recursos;
- formulación de políticas basadas pruebas científicas y datos para la acción;
- prevención de la transmisión;
- ampliación de los servicios de detección, atención y tratamiento.
Además, el 28 de julio de cada año, la OMS conmemora el Día Mundial contra la Hepatitis, con el fin de acrecentar la sensibilización y el conocimiento de la hepatitis viral.
LA MALARIA
La malaria, también denominada paludismo, es la enfermedad parasitaria más importante del ser humano. Está causada por diversas especies de un género de protozoos llamado Plasmodium que se transmite de un huésped humano a otro a través de la picadura de hembras de mosquitos del género Anopheles. Se producen entre 200 y 300 millones de casos cada año en todo el mundo y alrededor de un millón de muertes anuales, el 90% en África subsahariana y en niños menores de cinco años.
Plasmodium falciparum es el parásito que causa casi todos los casos de malaria grave y complicada. La malaria es una de las principales causas de mortalidad infantil, y en los países en los que todavía es endémica constituye uno de los grandes factores que contribuyen al subdesarrollo. Además, y sobre todo en África subsahariana, es una de las principales causas de morbilidad en forma de anemias crónicas en niños y embarazadas, abortos, bajo peso al nacer y secuelas neurológicas, entre ellas retraso psicomotor. Todo esto, junto con el absentismo escolar y laboral durante las crisis febriles en países donde no existen sistemas de protección social hace que la malaria esté íntimamente ligada con la pobreza.
En áreas hiperendémicas, como consecuencia de las repetidas picaduras infectantes de los mosquitos Anopheles, los adultos desarrollan un estado de inmunidad en la que los individuos están infectados crónicamente y solo ocasionalmente sufren episodios de malaria. Este estado de inmunidad parcial es incompleto, pues no impide nuevas infecciones, pero protege frente al desarrollo de manifestaciones clínicas graves. Pero esa semiinmunidad se va perdiendo cuando las personas abandonan las áreas endémicas, como ocurre con los inmigrantes.
Los niños menores de cinco años y las mujeres embarazadas son quienes corren más riesgo de tener una malaria grave y complicada y, por lo tanto, de morir. Esto es así por que los niños pequeños no tienen aún una respuesta inmune adecuada frente al parásito y en las mujeres embarazadas esta respuesta inmune se debilita transitoriamente. A estos habría que añadir las personas con infección por el VIH/SIDA y a los viajeros de países en los que no existe la enfermedad (los cuales no tienen inmunidad alguna) y que visitan áreas endémicas, fundamentalmente viajeros especiales como son los inmigrantes (y dentro de éstos sus hijos nacidos en áreas no endémicas) que retornan a sus países de origen para visitar a sus familiares y amigos (VFR: visit friends and relatives) los cuales tienen mucho más riesgo de adquirir la infección que un viajero turista estándar.
Cómo se transmite la malaria
Existen algo más de 20 especies de plasmodios que afectan a los primates, y, hasta hace poco, se pensaba que tan solo cuatro eran las especies que afectaban al hombre, pero, últimamente, se ha descrito una quinta especie. Las cuatro especies clásicas son Plasmodium falciparum, P. malariae, P. vivax y P. ovale. La última especie implicada es el P. knowlesi, que fue descrito por primera vez como infección natural en el hombre en 1965 en EE.UU., en un viajero que regresaba de Malasia. Desde entonces, son varias las comunicaciones de casos humanos sobre esta nueva especie y en la actualidad está bien establecida su transmisión de hombre a hombre a través del vector en diversos zonas del sudeste asiático.
El parásito se transmite, generalmente, por la picadura de mosquitos infectados del género Anopheles (lo que se conoce como transmisión vectorial). Existen otras vías de transmisión, aunque son mucho menos frecuentes: la vía vertical (madre a hijo, durante el embarazo) y la transfusional (transfusión sanguínea, accidente de laboratorio, jeringuillas en los adictos a drogas intravenosas). Este tipo de transmisiones suelen ser más habituales en muchos países de África subsahariana, donde muchas mujeres sufren episodios de malaria durante el embarazo que agravan la anemia y que requieren transfusiones de sangre muchas veces de donantes con infección malárica (en la mayoría de estos países las transfusiones son muy inseguras y a los donantes solamente se les hacen las pruebas del VIH).
En el caso de la transmisión vectorial, en el momento de la picadura, la hembra anofelina infectada inocula los parásitos al hombre. Los mosquitos machos no se alimentan de sangre, sino de plantas, por lo que no están implicados en la transmisión de la malaria. Los parásitos que son inoculados por la hembra de Anopheles van a localizarse al hígado, en el que sufren una serie de transformaciones hasta que pasan a la sangre e infectan los hematíes o glóbulos rojos.
Síntomas de parásitos de la malaria y recaídas
Mientras están en el hígado no producen ningún síntoma (periodo de incubación), apareciendo éstos cuando llegan a la sangre. El comportamiento de los parásitos en el hígado es diferente según las especies de plasmodios. En el caso de P. vivax y P. ovale, de los parásitos que se encuentran en el hígado solo una parte pasan a la sangre, permaneciendo el resto en el hígado en forma durmiente durante meses o años, de ahí su nombre de hipnozoitos. En un momento dado, que puede variar desde unas pocas semanas hasta cinco años, los hipnozoitos, pueden pasar a la sangre y producir de nuevo síntomas. Este fenómeno que se da en P. vivax y P. ovalese conoce como ‘recaída’.
Las recaídas no se producen en las otras especies ya que no tienen hipnozoitos y, en el momento en que los parásitos que se encuentran en el hígado pasan a la sangre lo hacen todos a la vez. Si en estas especies reaparecen los síntomas, es debido a un fallo en el tratamiento y se conoce como “recrudescencia”, produciéndose fundamentalmente en los casos de paludismo por P. falciparum.
El fallo del tratamiento en esta última especie puede ser debido al uso de un fármaco inadecuado, a que se haya administrado a dosis insuficientes, o a que no se haya absorbido bien. La tercera causa de reaparición de los síntomas es que nos pique otro mosquito infectado, tratándose en este caso de una nueva infección o “reinfección” debida a un parásito distinto al de la infección primaria. Las recaídas por la existencia de los hipnozoitos y las reinfecciones son las que han dado lugar a la falsa creencia, muy extendida por otra parte, de que una vez que una persona adquiere un paludismo lo tiene ya de por vida.
Síntomas de la malaria
http://www.webconsultas.com
La fiebre es el síntoma de la malaria por excelencia, y el más frecuente. Aunque no viene sola, ya que suele acompañarse de escalofríos, tiritonas, sudoración, cefaleas y dolores generalizados de músculos y articulaciones. Otros síntomas que pueden aparecer son vómitos y diarrea. Como puede verse los síntomas de la malaria son muy inespecíficos, pudiendo ser similares a una gripe o a una gastroenteritis, por ello conviene ser muy cautos y evitar estas confusiones, especialmente en el caso del paludismo falciparum, ya que puede ser fatal en uno a dos días, provocando un fallo multiorgánico (paludismo grave y complicado) si no se diagnostica y trata precozmente. Por lo tanto, cuando un viajero procedente de áreas endémicas de paludismo comienza con fiebre debemos asumir que tiene paludismo mientras no demostremos lo contrario.
El tiempo que media entre la picadura del mosquito y la aparición del cuadro clínico (periodo de incubación) es de 7 a 14 días para P. falciparum, P. vivax y P. ovale, y de 7 a 30 días para P. malariae, pero puede ser mucho más prolongado en pacientes semiinmunes o en personas que ha estado tomando medicamentos antipalúdicos como quimioprofilaxis. En zonas con alta transmisión palúdica, la presencia del parásito en la sangre no significa necesariamente que el paciente tenga paludismo y la fiebre puede corresponder a otra enfermedad.
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